martes, 8 de junio de 2010

La Casa Gris

Título: La Casa Gris

Autora: Josefina Aldecoa

No siendo La Casa Gris la novela que más me ha fascinado de las que he podido leer de Josefina Aldecoa, siempre la recordaré por haberme devuelto a la memoria unos recuerdos que, ya pasados 15 años, si bien no habitaban el territorio del olvido, sí habían quedado en ese recóndito lugar del cajón de la memoria siguiendo

el mismo destino que aquella vieja prenda que queda olvidada en el fondo del armario, tras largo tiempo de no ser utilizada.

Me sorprendió descubrirme reflejada en la primera página del libro cuando Teresa llega a la residencia arrastrando su pesada maleta. En mi caso este problema lo tuve a la vuelta cuando mi maleta, repleta sobre todo de libros que, irresistiblemente unos, obligatoriamente otros, compraba en mis asiduas visitas a librerías. El mover esa pesada maleta se convirtió en ardua tarea por no hablar de lo destrozadas que quedaron las ruedecillas que supuestamente debían ayudar a desplazar semejante bulto.

Igual que a Teresa me sorprendió el gesto harto repetido de decir gracias por todo. He de decir, sin embargo, que pronto te acostumbras y que incluso llegas a incorporar ese vocablo que tanto cuesta a veces arrancar de nuestros labios como si diéramos por sentado que lo que los demás hacen por nosotros no fuera merecedor de tal halago.

Otro hecho que sorprende, y que desde luego no pasa inadvertido a los ojos de Teresa, es el concepto de elegancia que tienen los ingleses. Es bien sabido por todos los españoles (ocasiones no nos han faltado después de ser durante tantos años un país que ha acogido tanto turismo “guiri”), que los ingleses no se han distinguido precisamente por su elegancia a la hora de lucir palmito en la costa mediterránea. No obstante, siempre quedaba la duda de que esa peculiar indumentaria se debiera al hecho de hallarse en calidad de turistas (de hecho a todos los turistas, sea en el país que sea, se les reconoce de inmediato por una vestimenta que no es propia de los indígenas) en un país demasiado caluroso comparado con el suyo. Pero el hecho sorprendente es que los ingleses son “igual de elegantes” en su país de origen, es decir, visten pantalones cortos, vestidos de tirantes y sandalias con calcetines a pesar de que la temperatura no sea para eso. Claro está que esto está dicho por alguien que en un día lluvioso y que justo alcanza la temperatura de un día de primavera (según los parámetros españoles) y, no vistiendo como los indígenas, ponía de manifiesto su situación de forastera.

Pero lo que sin duda me ha hecho recordar la novela es ese primer viaje, esa sensación de aventura que en mi caso tuvo un componente más de riesgo si cabe, teniendo en cuenta que me fugué del lugar donde supuestamente debía pasar los dos meses de verano y que pronto resolví haciendo creer que me había vuelto a España cuando en realidad lo que hice fue coger un autobús y buscarme un colegio donde asistir a una clases siguiendo un régimen de acogida familiar. Bendito el valor que tuve en esos momentos (con 21 años y saliendo del país por primera vez sola, aun hoy me pregunto cómo pude hacerlo) porque mi supuesta estancia como “au-pair” con una familia se habría convertido, por cómo fueron los dos primeros días, en una auténtica cárcel con castigo de aislamiento incluido ya que mi destino era estar en la casa sola durante todo el día sin más compañía y posibilidad de practicar el idioma que una tele.

Afortunada decisión que me llevó a vivir una situación muy parecida a la que Teresa vive en La Casa Gris ya que, no sólo el colegio (King´s College) en el que matriculé era un edificio de parecida descripción a Crosby Hall (con aspecto de mansión victoriana), sino porque en la casa de la familia donde fui acogida (formada tan sólo por el matrimonio) convivíamos tres muchachas de tres nacionalidades tan dispares como la germana, la brasileña y la española.

Afirma Aldecoa en En la distancia que hay casas que albergan su biografía y que de todas ellas guarda buenos recuerdos puesto que en ellas “han transcurrido etapas y episodios inolvidables” (p. 171). Por mucho que la memoria haya ido dejando relegadas esas tres semanas a las que al final quedó reducida mi estancia (el dinero ya no daba para más), debo decir que fueron semanas de emociones intensas y hechos insólitos y que hoy, quince años después, recordados quizás con la nostalgia y la perspectiva del tiempo pasado ( contradiciendo las palabras de Gabriela en Historia de una maestra “lo que no se comparte no deja huella ni nostalgia”) me han hecho reconsiderar la importancia y el valor que en su momento no supe darles. Sin duda esas tres semanas compensaron con creces lo que hubieran sido dos meses insulsos y desaprovechados de estancia penitenciaria.

1 comentario:

  1. �Suena interesante! y a mi tambi�n me traer� recuerdos su lectura si lo encuentro :) Yo me mud� con 20 a�os a Inglaterra a estudiar CC. Pol�ticas con una beca (ahora tengo 32 y vivo en B�lgica) y la d�cada que pas� en el Reino Unido es la parte m�s importante de mi vida sin lugar a dudas. Cuesta conocer a los brit�nicos pero una vez se les conoce son amigos/as de por vida.

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