viernes, 25 de junio de 2010

Calle Katalin

Título: Calle Katalin.
Autora: Magda Szabó
Editorial: Mondadori
Año de publicación: 2010

Sólo el paso del tiempo da la perspectiva adecuada para entender, apreciar y valorar lo que tuvo lugar en un determinado momento en el pasado. Esta, además de ser una de las ideas centrales de la novela, parece ser también lo que le ha ocurrido a esta novela, que habiendo sido publicada por primera vez en el año 1969 tuvo que esperar hasta 2007 para ser premiada como mejor novela europea de ese año. En 2007 Magda Szabó moría a los noventa años de edad.

El inicio de la novela es de una brutalidad aplastante y marca el tono que reinará a lo largo de sus páginas:

“El proceso de envejecer no es como lo describen los escritores, ni tampoco como se define en la medicina.

A los vecinos de la calle Katalin ni los libros ni los médicos les habían preparado para la extraña nitidez con que la vejez les iluminaría el pasillo borroso y apenas visible que habían recorrido en las primeras décadas de su vida, ni tampoco para cómo les reordenaría los recuerdos y las angustias, cómo cambiarían sus juicios y su escala de valores.[…] Nadie les había advertido de que la desaparición de la juventud no resultaba alarmante por lo que les quitaba, sino por lo que les daba. Ni sabiduría, ni serenidad, ni sobriedad o calma, sino la conciencia de la desintegración del Todo.

De pronto se percataron de que la vejez había desintegrado su pasado, algo que en su infancia y los años de juventud habían considerado compacto y sólido; el Todo se había desintegrado en partes, lo seguía abarcando todo, todo lo que les había sucedido hasta entonces, pero de una forma distinta. El espacio se había resquebrajado en escenarios, el tiempo en fechas, los hechos en episodios…”

Empieza entonces, como instantáneas que capturan y detienen el tiempo de un momento en el pasado, una novela que combina la narración en primera persona y la narración omnisciente. Szabó pone en boca de su protagonista Irén el relato de aquellos acontecimientos importantes que unieron y marcaron a las tres familias vecinas y amigas de la calle Katalin pudiendo así poner más sentimiento y análisis personal en dichos acontecimientos. La narración de Irén está por tanto impregnada de sus emociones y de los sentimientos que es esos momentos los hechos le provocaron. La distancia en el tiempo con la que la novela está narrada le permite, sin embargo, analizar esos sentimientos y esas reacciones de otra manera. Es como si la autora intentara trasmitirnos la idea de que el tiempo destila los sentimientos y que sólo somos capaces de entenderlos después de que el tiempo haya pasado. El relato está de esta manera narrado utilizando a menudo expresiones del tipo: “para entonces yo no sabía…”, “…pero entonces no podía saberlo.”, “ahora no entiendo por qué fue entonces y no antes cuando me percaté de que…”

Aquellos aspectos de la historia no vividos por Irén y tan necesarios para comprenderla en su totalidad, son relatados por un narrador omnisciente. Este juego de diferentes puntos de vista, a parte de desconcertar de primeras al lector, tiene la función de darnos a entender que la realidad es compleja, que a veces cuesta entender el comportamiento de las personas porque desconocemos aspectos de ellas que no hemos vivido en primera persona.

A pesar del tono inicial de la novela, asistimos brevemente al pasado idílico que siempre ha sido la niñez de cualquier persona ubicado en este caso en una calle del barrio de Buda en la capital húngara. Este mundo idílico de niñez y juventud se ve truncado por los efectos de la segunda guerra mundial al ser ejecutada una de los cuatro chavales que daban alegría a la calle Katalin. Es a partir de ese acontecimiento que cada uno de los protagonistas empieza un viaje introspectivo y de destrucción (autodestrucción y destrucción de los vínculos tan fuertes que los llegaron a unir) en un sin fin de despropósitos que acabará por arruinar sus vidas. El recuerdo de Henriett no sólo desestabiliza y atormenta al resto de personajes haciéndoles sentir culpables de su muerte, sino que el propio fantasma o espíritu de la muchacha es parte importante en la narración por ser testigo del devenir de sus compañeros y sobre todo testigo del devenir de la vida dejando esa idea de que la vida sigue e incluso se repite a sí misma a pesar de que los escenarios cambien. En el último capítulo asistimos a una calle Katalin que ha cambiado y que ninguno de nuestros protagonistas reconocería pero que para otros personajes conformarán su particular mundo idílico de niñez y juventud.

Si hay algo con lo que debemos quedarnos de esta novela sería esa sensación de aprovechar cada uno de los momentos felices que vivimos (cosa que no siempre se consigue sobre todo cuando se es niño o joven y existe esa urgencia por crecer y que pase el tiempo rápidamente) y de vivir plenamente el momento ya que nunca se sabe lo que nos deparará el futuro ( “Ahora sé cómo fue ese instante, pero entonces no podía saberlo. Uno siempre se da cuenta tarde de que tenía que haber estirado el tiempo mientras fuera posible y le permitieran hacerlo. Yo anhelaba lo contrario: en vez de detenerlo, deseaba que pasara lo más rápido posible…”) Desde luego nadie imagina de pequeño que los seres con los que compartes juegos, riñas y alegrías un día puedan no estar a tu lado (Yo era una cría y me imaginaba que todos los protagonistas de mi vida seguirían a mi lado, observando mi vida con Bálint y acompañándonos en nuestra vida cotidiana, al igual que lo harían Blanka y Henriett el día de mi boda.”) Está claro que a los personajes de Calle Katalin les tocó vivir el que seguramente haya sido el peor momento de la historia más reciente de la humanidad: un hecho que inevitablemente desestabilizó sus vidas y quebró y marcó sus futuros.

lunes, 21 de junio de 2010

La puerta

Título: La puerta
Autora: Magda Szabó
Editorial: debolsillo
Año de publicación: 1987

La puerta se convierte en el símbolo central de esta novela autobiográfica mediante la cual Szabó intenta reflexionar sobre la naturaleza humana, entender unos hechos desencadenados por la toma de decisiones en circunstancias delicadas y expiar la inevitable sensación de culpa que invade al final a la autora. La puerta aparece ya en el preámbulo de esta novela como el objeto de una pesadilla recurrente y que da pie, a modo de explicación del porqué de esa puerta, a una confesión de poco más de trescientas páginas de la que fuera su relación con su sirvienta a lo largo de veinte años.

“La presente obra no se ha escrito para Dios, conocedor de mis entrañas, ni para las sombras, testigos de tantas horas de vigilia y de sueño; dedico este libro a los hombres. He vivido con valentía hasta ahora y espero morir así, con coraje, sin mentiras, y para ello es necesario que declare de una vez por todas que yo maté a Emerenc. Yo quería salvarla, no destruirla, pero eso no cambia nada,”

Szabó se retrata a sí misma en una época en la que vuelve a su país, Hungría, y retoma su actividad como escritora. Para poder dedicarse plenamente a escribir decide contratar a una sirvienta que pueda liberarla de las tareas del hogar. Es así como Emerenc Szeredás, una señora ya mayor trabajadora incansable, entra al servicio de la autora. Emerenc se muestra como un personaje misterioso tanto por su apariencia y porte como por su manera de ser: tan estricta, recta y directa en el trato que no tardamos en asistir a los primeros encontronazos entre las dos mujeres. A pesar del trato brusco, frío y hermético que puede llegar a tener Emerenc con Szabó pronto la autora descubre que ambas se profesan un amor y un respeto mutuo especial aunque no se manifieste de una manera tradicional.

“Creo que ella me llegó a querer con la misma entrega incondicional de la que solo habían sido capaces hasta entonces mis padres, mi marido y mi hermano adoptivo.”

Emerenc, criada en un pueblo pequeño de la llanura húngara y con un pasado marcado por diversas tragedias tanto personales como históricas, es poseedora de un carácter arisco aunque generoso; severo aunque ejemplar pero sobre todo un carácter hermético, complejo y enigmático.

La puerta es a la vez esa barrera que Emerenc erige frente a los demás y que no deja entrever su verdadera personalidad y esa real que mantiene cerrada a cal y canto y que priva a los demás de ver el lugar donde ella vive. Una persona bondadosa y fiel que oculta sus más profundos sentimientos detrás de un pañuelo siempre atado sobre su cabeza y su espacio vital de las miradas de los vecinos detrás de la puerta de su casa.

Szabó fue una de las pocas personas que pudo acceder al interior de la casa de Emerenc y ver la sencillez en la que vivía. Más adelante también pudo acceder, como heredera de lo que ella había ido atesorando a lo largo de los años, al secreto que Emerenc guardaba en una habitación sellada de su casa: muebles antiguos y lujosos que anteriores señores a los que había servido y había ayudado a huir de las garras de los nazis durante la segunda guerra mundial le habían dado en señal de gratitud. Un tesoro y un secreto que se desvaneció en el mismo momento en que Szabó, fascinada ante tanto lujo oculto durante tantos años, decidió tocarlos sin saber que la carcoma había hecho estragos en ellos.

En definitiva, La puerta es un intento de explicar la complejidad del ser humano, y la incapacidad de este de llegar a entender los motivos que nos mueve a cada uno de nosotros a actuar de determinada manera.

martes, 8 de junio de 2010

La Casa Gris

Título: La Casa Gris

Autora: Josefina Aldecoa

No siendo La Casa Gris la novela que más me ha fascinado de las que he podido leer de Josefina Aldecoa, siempre la recordaré por haberme devuelto a la memoria unos recuerdos que, ya pasados 15 años, si bien no habitaban el territorio del olvido, sí habían quedado en ese recóndito lugar del cajón de la memoria siguiendo

el mismo destino que aquella vieja prenda que queda olvidada en el fondo del armario, tras largo tiempo de no ser utilizada.

Me sorprendió descubrirme reflejada en la primera página del libro cuando Teresa llega a la residencia arrastrando su pesada maleta. En mi caso este problema lo tuve a la vuelta cuando mi maleta, repleta sobre todo de libros que, irresistiblemente unos, obligatoriamente otros, compraba en mis asiduas visitas a librerías. El mover esa pesada maleta se convirtió en ardua tarea por no hablar de lo destrozadas que quedaron las ruedecillas que supuestamente debían ayudar a desplazar semejante bulto.

Igual que a Teresa me sorprendió el gesto harto repetido de decir gracias por todo. He de decir, sin embargo, que pronto te acostumbras y que incluso llegas a incorporar ese vocablo que tanto cuesta a veces arrancar de nuestros labios como si diéramos por sentado que lo que los demás hacen por nosotros no fuera merecedor de tal halago.

Otro hecho que sorprende, y que desde luego no pasa inadvertido a los ojos de Teresa, es el concepto de elegancia que tienen los ingleses. Es bien sabido por todos los españoles (ocasiones no nos han faltado después de ser durante tantos años un país que ha acogido tanto turismo “guiri”), que los ingleses no se han distinguido precisamente por su elegancia a la hora de lucir palmito en la costa mediterránea. No obstante, siempre quedaba la duda de que esa peculiar indumentaria se debiera al hecho de hallarse en calidad de turistas (de hecho a todos los turistas, sea en el país que sea, se les reconoce de inmediato por una vestimenta que no es propia de los indígenas) en un país demasiado caluroso comparado con el suyo. Pero el hecho sorprendente es que los ingleses son “igual de elegantes” en su país de origen, es decir, visten pantalones cortos, vestidos de tirantes y sandalias con calcetines a pesar de que la temperatura no sea para eso. Claro está que esto está dicho por alguien que en un día lluvioso y que justo alcanza la temperatura de un día de primavera (según los parámetros españoles) y, no vistiendo como los indígenas, ponía de manifiesto su situación de forastera.

Pero lo que sin duda me ha hecho recordar la novela es ese primer viaje, esa sensación de aventura que en mi caso tuvo un componente más de riesgo si cabe, teniendo en cuenta que me fugué del lugar donde supuestamente debía pasar los dos meses de verano y que pronto resolví haciendo creer que me había vuelto a España cuando en realidad lo que hice fue coger un autobús y buscarme un colegio donde asistir a una clases siguiendo un régimen de acogida familiar. Bendito el valor que tuve en esos momentos (con 21 años y saliendo del país por primera vez sola, aun hoy me pregunto cómo pude hacerlo) porque mi supuesta estancia como “au-pair” con una familia se habría convertido, por cómo fueron los dos primeros días, en una auténtica cárcel con castigo de aislamiento incluido ya que mi destino era estar en la casa sola durante todo el día sin más compañía y posibilidad de practicar el idioma que una tele.

Afortunada decisión que me llevó a vivir una situación muy parecida a la que Teresa vive en La Casa Gris ya que, no sólo el colegio (King´s College) en el que matriculé era un edificio de parecida descripción a Crosby Hall (con aspecto de mansión victoriana), sino porque en la casa de la familia donde fui acogida (formada tan sólo por el matrimonio) convivíamos tres muchachas de tres nacionalidades tan dispares como la germana, la brasileña y la española.

Afirma Aldecoa en En la distancia que hay casas que albergan su biografía y que de todas ellas guarda buenos recuerdos puesto que en ellas “han transcurrido etapas y episodios inolvidables” (p. 171). Por mucho que la memoria haya ido dejando relegadas esas tres semanas a las que al final quedó reducida mi estancia (el dinero ya no daba para más), debo decir que fueron semanas de emociones intensas y hechos insólitos y que hoy, quince años después, recordados quizás con la nostalgia y la perspectiva del tiempo pasado ( contradiciendo las palabras de Gabriela en Historia de una maestra “lo que no se comparte no deja huella ni nostalgia”) me han hecho reconsiderar la importancia y el valor que en su momento no supe darles. Sin duda esas tres semanas compensaron con creces lo que hubieran sido dos meses insulsos y desaprovechados de estancia penitenciaria.

sábado, 29 de mayo de 2010

La elegancia del erizo


Título: La elegancia del erizo
Autora: Muriel Barbery
Editorial: Seix Barral
Año de publicación: 2007

Muriel Barbery, joven autora de este libro y profesora de filosofía, no ha podido librarse de su bagaje filosófico a la hora de escribir el que hasta ahora ha sido su libro más conocido. Si a esto le añadimos que la novela enseguida fue llevada al cine y que supuso asimismo un éxito cinematográfico, podemos pensar que nos hallamos ante un fenómeno sociológico más que literario.

No he visto la película (aunque pienso hacerlo en breve puesto que es un género que me gusta y no deja de sorprenderme con las particulares adaptaciones de novelas) pero estoy deseosa de saber cómo se han sustentado esos reglamentarios noventa o más minutos que debe tener todo largometraje puesto que la historia en sí (si nos referimos a la acción) no es que dé para mucho, o lo que es más, cómo se ha llevado a la pantalla ese frescor y espontaneidad con que la novela está escrita.

El texto, o mejor debería decir los textos, porque con tipografía diferente pero también con tono diferente se intenta presentar los más profundos pensamientos de una aparentemente vulgar portera cincuentona y de una niña rica adolescente, fluyen en esa técnica llamada monólogo interior hilvanando hechos con interpretaciones personales y alguna que otra idea de esas llamadas “filosofía de vida” que dejan al lector con una sonrisa en los labios por poner al descubierto actitudes banales a las que mucha gente da importancia y que hacen que resulten ridículas en un mundo plagado de gente carente de afectos e insensible a cualquier forma de relación con lo que les rodea sea éste persona, animal o cosa.

Frente a un mundo de ricos frívolos para los que tan sólo prevalece el dinero, la apariencia y el orgullo, Barbery crea un rico aunque sencillo mundo interior para cada uno de los personajes femeninos. Dos mundos que al final de la novela llegan a converger durante un breve tiempo y que sirven no sólo para que estos personajes descubran la felicidad en los momentos más cotidianos de la vida (tomarse un té mientras se habla de lo que se piensa o de lo que nos gusta o incluso de lo que nos atemoriza y sobre todo el Arte en todas sus formas como fuente de felicidad), sino también para descubrirle el sentido de la vida a una adolescente confundida que no encaja en un mundo reducido a meros actos protocolarios e hipócritas. Paloma, la muchacha con tendencias suicidas y pirómanas que encontramos al principio de la novela, llega a comprender la esencia de la vida, a encontrar la belleza en este mundo y a valorar la vida como algo bello que nos ha sido dado.

"Pensando en eso esta noche, con el corazón y el estómago hechos papilla, me digo que a fin de cuentas quizá sea eso la vida: mucha desesperación pero también algunos momentos de belleza donde el tiempo ya no es igual. Es como si las notas musicales (alguien toca el piano en el momento en que sube a casa de la portera muerta) hicieran una suerte de paréntesis en el tiempo, una suspensión, otro lugar aquí mismo, un siempre en el jamás.

Sí, eso es, un siempre en el jamás."